Parda- Reseña de Marcos Herrera

Hay escritores que hacen del silencio una potencia (Rulfo en El llano en llamas, Hemingway, sobre todo en sus primeros relatos). Parda, novela de Victoria Viola se instala en esa tradición.

Emotiva y poética. El desierto o la crispación de la sal sobre las olas de un mar que resplandece parecen ser la genética metafórica de este texto. Y los fragmentos que pueden ser, casi siempre, la mejor estrategia para narrar los detalles en los que se esconde y no deja de resoplar el diablo.

Todo texto literario es, siempre, a la vez, una toma de posición política. Y esto ocurre de entrada. Desde el título del libro. Parda: Desde el siglo XVII se utilizaba para identificar un color de piel, que no necesariamente era oscuro. Los rasgos físicos de pardos variaban entre sí, pudiendo tener piel castaña oscura o casi blanca, o un color intermedio. El pelo podía ser rizado, liso o de cualquier otra textura, y de cualquier color.

 Ahora hablemos de gramática: Lo dice bien el diccionario académico: la gramática parda es la habilidad para conducirse en la vida y para salir a salvo o con ventaja de situaciones comprometidas. Eso, en general, no se aprende en los libros; con frecuencia, exige astucia, picardía y, a veces, hasta malicia.

Un refugio que no es solo verbal y enfrenta los distintos espesores del drama. Ahora bien, alejarse de esa tierra sin límites (que es el territorio que el lenguaje despliega -o repliega, en algunas circunstancias-) es una de las estrategias de la música del relato de Victoria Viola. Y la duda es si, frente al dolor y a sus metáforas, hay que ser flexible, saber doblarse para no romperse.

El mal, la soledad, la muerte y los temblores de las tinieblas aletean en la prosa de Viola. En su oficio de soldar semánticamente el ritmo. Sugerir en lugar de explicar. Leyendo este libro, yo pensaba: no des explicaciones, no pidas permiso. Porque pienso que en la escritura literaria hay que abrirse al riesgo de eso que sigue siendo equívoco, tramposo (y por eso tan rico, tan abundante) que es el lenguaje. Y para pensar eso, no hay que ser un experto en Lacan.

Otra cosa que me gustaría destacar es “el tiempo” (y no hablo del climático sino de esa materia que, implacable, nos atraviesa modificándonos). Y si hablamos del tiempo no podemos ignorar la experiencia que, aunque no queramos, se va instalando en ¿nuestro espíritu? ¿nuestra inteligencia?

El tiempo como totalizador (o catalizador) de los riesgos que se presentan mientras vivimos y por lo tanto mientras escribimos. La huida que deja sus huellas en la arena siempre traicionera del relato.

 

“Mariam, me contaste todo con los ojos cerrados. Abrilos, por favor”.

 Abrir los ojos. Y acá me acuerdo de lo que decía Proust: un libro es como un par de anteojos. Nos permite ver cosas que sin ellos no veríamos.

 Nadie puede decir como leer una novela, un cuento o un poema.

Sin embargo, sugiero que, al leer el libro de Viola, el lector se deje llevar por las vibraciones del hastío, la exaltación y los pliegues metafóricos que laten en el relato.

 

Alguien dijo que cuando se publica un libro se lanzó al mar una botella. El autor, desde alguna playa remota, quiere que el mundo lea su excéntrico mensaje.

Leamos las noticias del naufragio que Victoria Viola metió en una botella sin saber (porque nunca se sabe qué lecturas encontrará un texto) cuál sería el destino de sus palabras e, inclusive, su propio destino.

 

Abramos los ojos. O, tal vez, cerrémoslos para poder ver más, otras cosas, otros mundos.

 

Marcos Herrera

Narrador y poeta. Su libro Músicos de frontera (1992) ganó el primer premio del Concurso de Poesía organizado por la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires (su jurado estaba compuesto por Joaquín Giannuzzi y Mónica Sifrim, entre otros). En 1999, Ricardo Piglia incluye su relato «Cacerías» en la antología Las fieras, antología del género policial en la Argentina. En el año 2000, su novela Ropa de fuego obtiene el premio del Fondo Nacional de las Artes. Sobre su novela La escuela de satán Ricardo Piglia refirió: “Por momentos la literatura argentina es toda muy parecida, hay una especie de registro retórico más o menos establecido de lo que se considera literatura, mientras que Marcos Herrera es alguien que ya tiene un campo y una voz que deslumbran por su originalidad”.

Poesía
Músicos de frontera, Buenos Aires, Mar Blanco, 1992
Pulgas, Buenos Aires, 1987
Modo de final, Buenos Aires, El Mono Azul, 1986

Narrativa
La escuela de satán (relatos), Buenos Aires, Edhasa, 2017
Polígono Buenos Aires (novela), Buenos Aires, Edhasa, 2013
La mitad mejor (novela), Madrid, 451 Editores, 2009
Ropa de fuego (novela), Madrid, Lengua de Trapo, 2001
Cacerías (relatos), Buenos Aires, Simurg, 1997